Eran los últimos días de noviembre, y llevábamos casi siete meses viajando. Cuando empezamos, nuestro objetivo era conocer escuelas diferentes, escuelas de las que ningún niño o niña quisiera marcharse, escuelas que nos habían fascinado. Pero las cosas no siempre salen como pensamos, y en este tramo del viaje iba a ocurrir quizás lo más lamentable que nos llegara a pasar en ruta.
Colegio Andolina: al encuentro de la autenticidad
Pocas semanas antes de nuestra llegada a Oviedo recibimos una llamada: Marta, en nombre de la “comunidad de alegres ciclistas” 30 días en bici, nos ofrece hacer el trayecto entre Oviedo y Gijón con nosotros. Es toda una alegría, porque hasta entonces sólo hemos tenido compañía ciclista muy ocasionalmente, y nunca más de dos personas. ¡Y ahora vamos a entrar en Gijón con todo un pelotón! Si la lluvia lo permite, claro...
Una escuela sobre dos ruedas
Hace justo un año, un día como hoy, dejamos nuestra casa subidos en dos bicicletas equipadas con remolques y un asiento para bebé, y salimos de viaje. Yo iba a cumplir cuarenta y un años, y ya sólo cambiar de piñón me parecía una proeza. Por no hablar de subir las cuestas... Pero quería viajar en bici.
Detrás de la cámara
Al llegar a la puerta de casa ya era de noche. Fue mientras desconectaba los remolques cuando me percaté de que la GoPro no estaba. Recordaba perfectamente haberla atornillado antes de salir del aeropuerto, apenas tres cuartos de hora antes: Jara lloraba pidiéndonos insistentemente que volviéramos al avión mientras nos decía que no quería ir a casa, como si reconociera el lugar y se diera cuenta de que algo se había acabado; Diana trataba de calmarla y yo fijaba la cámara al soporte del remolque de su bici con un tornillo. Y ahí seguía, enroscado hasta el fondo, tal y como yo lo había dejado. Pero ni rastro de carcasa. Ni rastro de cámara.
El penúltimo tramo
La gripe y el mal tiempo han estado a punto de echar por tierra la ilusión de entrar en Madrid (nuestra ciudad natal) en bici. Pero después de un viaje repleto de alegrías y emociones positivas nos resistíamos a ese final. Y ha sido la generosidad de una familia que, en el último momento, nos ha ofrecido su casa en un punto estratégico de nuestra ruta lo que nos ha permitido volver a soñar: el lunes 15 de diciembre, culminando más de tres meses de viaje, hemos hecho los 75 kilómetros que separan Collado Mediano de San Fernando de Henares. Una ruta que hemos vivido como un auténtico regalo.
El tamaño sí importa: The Small School
Delante de mí está Chloe. Tiene catorce, quizás quince años, y su mirada busca, como ella, un refugio. Hemos charlado antes y sé la razón. Viene de otro "centro educativo", un lugar donde todo era muy diferente, donde una profesora puede hacerte creer que no vales para nada, donde te sientes sola, donde cada mañana es igual a la anterior. Estamos frente a frente, rodeadas de silencio, y me habla de un día en que fue feliz de nuevo, en esta otra escuela, pequeña, casi escondida. "Aquí me quieren", dice, y su mirada baila.
Echamos anclas
¡Lo hemos conseguido! Hemos vuelto a casa. Al bajarme del sillín he sentido el impulso de darle un beso a mi bici, esa compañera con la que tantas horas he pasado, que tan buenos momentos me ha regalado, y con quienes tantos sudores he compartido. Me siento feliz de que estemos los tres aquí, ahora, de regreso, porque significa que todo ha ido bien, que lo único que hemos perdido en el camino ha sido el miedo y la indecisión, y es tanto en cambio lo que hemos encontrado...
Friburgo en bici
Hemos llegado hasta esta ciudad pequeña, tranquila, en la que las bicis parecen sobrepasar a los coches, y las montañas y bosques casi se pueden palpar a cada paso. El buen tiempo nos acompaña y da gusto pedalear por las calles arboladas, sabiendo que hay carril bici por doquier y que los coches te ceden el paso incluso cuando no les corresponde hacerlo.
Waldkindergartens, o la vida en las escuelas del bosque
Fuimos a los bosques de Friburgo porque queríamos conocer las Waldkindergartens, esas escuelas donde niñas y niños de entre tres y seis años pasan cada día al aire libre, corriendo, revolcándose, trepando a los árboles, jugando con las ramas y las hojas, metiéndose en el barro hasta las rodillas, y descubriendo todas las manifestaciones de vida por minúsculas que sean.
Ocho ruedas
El sábado volvimos a la Europa continental después del que quizá haya sido el periodo más intenso del viaje, el recorrido por Inglaterra. Desde que iniciamos nuestro particular periplo hemos visitado ocho escuelas y siete países en algo más de seis semanas; hemos recorrido cientos de kilómetros a pedal, y miles de ellos arrastrando más de 80 kilos de equipaje y acarreando una bebé de tren en tren y de andén en andén; nos han frenado el avance el viento, alguna que otra cuesta insalvable y varios días de lluvia; mientras, nos hemos ido alojando en sitios muy diferentes y hemos conocido muchísimas caras amables; las manos que nos han ayudado son incontables y merecerían una mención aparte dedicada a las redes de afecto que se han tejido a nuestro alrededor; nuestra página de Facebook, pese a actualizarse con micro-entradas de escaso contenido, ha superado ya los doscientos seguidores y cada vez hay más suscriptores en el blog. De vez en cuando recibimos mensajes de apoyo de personas que no conocemos y que nos felicitan por este recorrido emocionante aunque agotador. Si lo que pretenden es animarnos, desde luego que lo consiguen. Gracias a todas ellas, gracias a ti, por leernos y compartir nuestra voz.