Delante de mí está Chloe. Tiene catorce, quizás quince años, y su mirada busca, como ella, un refugio. Hemos charlado antes y sé la razón. Viene de otro "centro educativo", un lugar donde todo era muy diferente, donde una profesora puede hacerte creer que no vales para nada, donde te sientes sola, donde cada mañana es igual a la anterior. Estamos frente a frente, rodeadas de silencio, y me habla de un día en que fue feliz de nuevo, en esta otra escuela, pequeña, casi escondida. "Aquí me quieren", dice, y su mirada baila.
Como ocurre con algunas personas tímidas, la fachada de la antigua iglesia donde se encuentra The Small School no deja entrever el universo oculto en su interior. Pero cuando nos abren las puertas y podemos pasar dentro nos inunda la atmósfera de calma, de recogimiento, que parece perdurar a través del tiempo. No hay ruido, todo parece fluir en un ritmo ordenado, pausado, sin sobresaltos. Ni siquiera el alboroto que acompaña la preparación del almuerzo resulta estridente. Esta quietud es precisamente una de las cosas que más aprecian los estudiantes que llegan aquí, muchos de ellos desencantados, huyendo de un sistema educativo masificado, jerárquico, donde el bullying o acoso entre alumnos está a la orden del día.
Estamos en el norte del condado de Devon, al suroeste de Inglaterra, en un recóndito e ignorado pueblo llamado Hartland. Llegar a esta escuela donde nos acogen como si fuéramos ya parte de su pequeña gran familia es todo un premio: nos ha costado sudor y dolor (lágrimas afortunadamente no) subir las bicis y los remolques por cuestas endiabladas que no parecían tener fin. En esta zona rural, las posibilidades de escolarización para las niñas y niños son extremadamente limitadas. The Small School es una escuela privada que fundó un grupo de familias en 19821 precisamente para dar la oportunidad a las chicas y chicos de entre 11 y 16 años de estudiar en su propio entorno, y de permitir a las madres y padres estar cerca de ellos e involucrarse en su educación día a día.
¿Por qué Small (pequeña)? Esta escuela no quiere crecer. Ahora mismo cuenta con unos veinte alumnos y alumnas, pero el máximo que aceptan es de cuarenta, lo que significa que en cada clase encontramos cuatro alumnos y alumnas de media. Se trata de mantener un tamaño en el que cada una de las personas que integran la comunidad se conozcan y puedan desarrollar un vínculo afectivo: lo que aquí llaman "educación a escala humana". Esta idea ha encontrado apoyos en la comunidad científica, como el antropólogo Robin Dunbar, quien afirma que hay un número máximo de personas que pueden establecer entre sí una relación de cuidado y pertenencia. Pero que esta escuela sea pequeña no significa que las posibilidades de aprender sean menos: la oferta de actividades y materias que los estudiantes pueden elegir es muy amplia, más de lo habitual en otras escuelas, ya que se busca que la motivación para el aprendizaje nazca de la propia curiosidad e interés de cada chica y chico, y la escuela se adapta a esa diversidad de inquietudes.
Louise Hopkinson es la directora de la escuela. Aunque está a punto de jubilarse, tiene el aspecto jovial y la sonrisa de una jovencita. Mientras el resto de la escuela se prepara para iniciar la jornada, ella nos acompaña recorriendo las aulas (entre otras, un cuarto oscuro donde Paul Wilkinson da clases de fotografía y cine, y un aula de arte) y el espacio exterior, que incluye un huerto y un pequeño invernadero. Una de las mamás ha diseñado el jardín, que combina la estética con la integración de las plantas silvestres e insectos propios de esta región, y que es además un espacio maravilloso donde disfrutar del deporte o de un rato de contemplación. El vestíbulo de la vieja iglesia ha cobrado nueva vida, y sirve ahora como lugar de reunión (cada día, a primera y a última hora, se celebra una asamblea en la que los estudiantes y profesores comentan temas relacionados con el funcionamiento de la escuela o cualquier cuestión que les preocupe), como comedor, como rocódromo improvisado, o como aula de música...
Louise nos cuenta que, durante muchos años, su sueño fue ser profesora en The Small School. Ya casi al final de su carrera lo consiguió. Y es que si hay algo que distingue a los profesionales que trabajan aquí es su motivación. El trato con cada chico y cada chica se mima, a fin de construir el respeto y el compromiso que esta comunidad tan unida requiere. En The Small School, la confianza es una de las bases de la relación entre profesores y alumnos, algo que ayuda además a mejorar el rendimiento escolar pero que según algunos investigadores sólo puede darse en un grupo no superior a 350 alumnos2. La educadora, escritora y activista social Deborah Meier, del movimiento a favor de los colegios pequeños ("Small Schools Movement"), afirma que reducir el tamaño permite relaciones cara a cara y gestionar la escuela como una democracia participativa, dando la posibilidad a los estudiantes de asumir un papel en la toma de decisiones. Eso es palpable aquí, donde la comunicación entre todos los integrantes de la comunidad es continua y no se limita al contenido académico.
Sentir la escuela como una extensión de tu hogar es fácil en The Small School. Además de que el ambiente es acogedor y sumamente cuidado, las familias se implican tanto como les es posible en el funcionamiento y mantenimiento de la escuela: cada día, en rotación, una madre o padre acude allí voluntariamente a cocinar el almuerzo (que es vegetariano, ecológico y comprado localmente o cultivado en el huerto de la escuela) junto con dos de los alumnos. Muchos fines de semana se dedican a reparaciones y arreglos de las instalaciones, en los que son las familias quienes echan una mano. Y un tercio del presupuesto de la escuela se consigue gracias a la labor de captación de fondos que desempeñan activamente padres y madres. Por si fuera poco, cada tarde, después de la asamblea, todo el mundo se pone a limpiar y recoger. Nadie se queja ni escatima esfuerzos.
Para nuestra sorpresa, en The Small School vamos a conocer a dos mamás españolas que tienen a sus hijos en esta escuela: Francina y Rocío. Francina nos habla del cambio que ha supuesto para su hijo poder estudiar aquí: "Está suelto, se mueve con libertad, se siente considerado". Rocío, igual que Francina, buscaba una escuela donde su hija Alba pudiera sentirse respetada. Alba estudió en España muchos años, en un instituto, como ella dice, "donde había unos 1500 estudiantes y las clases eran muy ruidosas, se daba mucha importancia a la memorización", y compara aquello con el ambiente familiar que ha encontrado aquí, donde "puedes conocer a tus profesores, hablar con ellos". Aquí, además de nuevos profesores y compañeros de clase, ha encontrado amigas y amigos.
Después de pasar varios días en esta escuela, cuando llega el momento de despedirnos nos entra pena. La escuela ha sido un refugio también para nosotros, y nos ha ayudado a ver cómo la educación puede transformar la vida de las personas, hacerlas más comprometidas, más generosas, más felices. Antes de irnos, algunas de las chicas y chicos nos dan un abrazo... el mismo que Chloe recibió un día y que le devolvió las ganas de aprender, de seguir su propio camino y sobre todo, de vivir.
30 de abril, 1 y 2 de mayo de 2014
1Satish Kumar, activista por la paz y el medio ambiente que viaja con frecuencia fuera de Inglaterra para dar conferencias, fue uno de los promotores de The Small School. Su hijo Mukti ha sido estudiante de esta escuela.
2"La confianza en las escuelas", estudio de Anthony Bryk y Barbara Schneider (Universidad de Chicago).