- Es el proyecto de un padre y una madre que un día decidieron que la escuela que habían conocido de niños no era la que querían para su hija.
- Es un proyecto vivo, que ha ido creciendo a medida que nos dábamos cuenta de que hay otras muchas personas que querrían encontrar opciones educativas que ahora mismo, desgraciadamente, son minoritarias y no siempre accesibles.
- Es un viaje en bici con nuestra hija de dos años, con el que queremos conocer y difundir pedagogías que centran su atención en el proceso de desarrollo de las niñas y niños, no en el currículum.
- Es un cuaderno de viaje a través del cual compartimos todo lo que vamos descubriendo, para que sirva también a otras personas en su búsqueda de información o, simplemente, de apoyo.
- Es un documental en ciernes, que filmamos durante el viaje, mientras visitamos escuelas y entrevistando a personas de distintas esferas profesionales que tienen algo importante que decir sobre la forma en que educamos a nuestras hijas e hijos.
- Es una asociación inscrita en el Registro Nacional de Asociaciones: Grupo: 1º, Sección: 1ª, Número Nacional: 605899, con NIF G76647502.
Fue cuando empezamos a revivir nuestros días de colegio, recordándolos desde la mirada de los niños que fuimos, que nos dimos cuenta de que algo se había perdido en el camino.
De la mano de nuestra hija hemos podido asistir al espectáculo del desarrollo de un pequeño ser humano: su curiosidad inagotable, su afán por comprender el mundo que le rodea, su vitalidad a prueba de bombas. Como madre y padre, ese tesoro no podemos dilapidarlo. Pero sabemos que el sistema educativo actual no está de nuestra parte, a pesar de los muchos profesionales que querrían que las cosas fueran diferentes: siguen estando ahí las cuatro paredes de un aula, los timbres para entrar y salir de clase, las asignaturas, los pupitres, los exámenes y evaluaciones, las notas, la media hora de recreo en un patio de cemento, los deberes, los cursos clasificados por edad, el silencio impuesto bajo castigo, la nula posibilidad de participación de las niñas y niños en su propia educación más que como peones de fábrica asignados a una tarea monótona y aburrida, alejada de la fascinación del mundo real. No, no es eso lo que queremos para nuestra hija.
La escuela es, en realidad, un fiel reflejo de la sociedad en que vivimos. A pesar de lo que se suele pensar, lo más importante que las niñas y niños aprenden en el colegio no tiene nada que ver con las matemáticas, la lengua o la geografía. Para aprender lo poco que somos capaces de recordar al dejar la escuela no hacen falta diez años de escolarización forzosa. Lo que sí recordamos para siempre, en cambio, tiene que ver con actitudes que van haciéndose carne en la infancia y de las que a menudo no somos ni siquiera conscientes: la obediencia a la autoridad, el miedo, el individualismo, la falta de autonomía, la pasividad, la competitividad. Rasgos que suelen apuntarse, de hecho, como graves problemas de nuestra sociedad occidental.
El aprendizaje emocional ya existe en la escuela que conocemos, ha existido siempre, pero desde un lado negativo. La escuela está impregnada de sentimientos, porque como seres humanos damos significado al mundo primero desde la emoción. Pero en lugar de valerse de emociones positivas, que son las que facilitan el aprendizaje, las asociaciones que crea son las que generan rechazo al conocimiento: aburrimiento, desánimo, indiferencia, temor. No nos debería sorprender tener las tasas de abandono y fracaso escolar que tenemos.
Queremos una educación que despierte pasiones. La escuela genera sentimientos en los niños y niñas, pero esos sentimientos han de ser positivos si queremos que nuestros hijos sean felices y que disfruten aprendiendo, no sólo en la escuela sino a lo largo de toda su vida.
El desarrollo de un niño o niña tiene un plano intelectual, que es en el que la educación tradicional se ha centrado, pero también un plano social y emocional, que son realmente los pilares sobre los que se construye el desarrollo cognitivo. Todo aprendizaje pasa primero por un filtro emocional: si sentimos curiosidad por algo, si nos motiva, si despierta nuestra pasión, lo aprenderemos con placer y por iniciativa propia, y será algo que perdurará. En cambio, lo que aprendemos obligados no deja más que una huella superficial que se borrará en poco tiempo.
Pero hay otro sentido en que la escuela debe despertar pasiones, y es permitiendo a cada niña y niño sacar lo mejor de sí, descubrir sus talentos y sus habilidades, y desarrollarlas en todo su potencial. Todas las capacidades de una persona son valiosas, y han de reconocerse en igualdad con los conocimientos lógico-matemáticos y lingüísticos que han dominado el currículum hasta ahora. Todos los ritmos de aprendizaje son válidos, y no debe asumirse que a la misma edad dos niños han de comprender ni saber lo mismo; la clasificación de los estudiantes en grupos de edad o “cursos” es artificial y coarta sus posibilidades de desarrollo emocional y social, además de restringir el contacto del niño con su “zona de desarrollo próximo”, porque no es de los adultos de quien un niño o niña puede aprender más: es de otros niños de edades diferentes a la suya. Agrupar a los niños por edad tiende a producir competitividad, mientras que permitiéndoles relacionarse libremente entre sí se promueve la colaboración.
Hay que cambiar el enfoque de la educación, trascender las asignaturas como división artificial de la realidad y desconectada del mundo, para abarcar una concepción interrelacionada del saber, en la que quepa todo aquello que las niñas y niños necesitan y quieren aprender. Y promover un aprendizaje no tanto de contenidos como de habilidades y actitudes vitales: iniciativa, inteligencia social y emocional, creatividad, pensamiento crítico, resolución de problemas, capacidad de comunicación y de colaboración.
En la educación que proponemos, las relaciones entre niños, adolescentes y adultos se desarrollan en el mismo plano, desde la igualdad. El adulto ya no es la figura que encarna el saber, y que tiene potestad para castigar o calificar de manera incluso arbitraria. El aprendizaje se comparte: niños y adultos aprenden y enseñan, son “maestros” y “alumnos” a la vez, y tienen las mismas oportunidades de expresar sentimientos, opiniones, y de decidir sobre las cuestiones que les afectan según la regla de “una persona, un voto”.
La motivación sigue a la curiosidad cuando se trata de aprender, y ambas necesitan un espacio donde brotar, crecer y ramificarse. Esto no puede ocurrir entre cuatro paredes, la clase no puede ser el lugar de aprendizaje por excelencia. La curiosidad de un niño necesita del aire, de las plantas y animales, de los espacios abiertos. Allí es donde la imaginación vuela. La curiosidad requiere pues un espacio físico, horizontes abiertos que pongan al niño en contacto con el mundo real y con la naturaleza, pero requiere también un espacio mental de libertad, en el que los niños y niñas no se vean sometidos a las constantes directrices y órdenes de los adultos.
Cuando hablamos de libertad no queremos decir que cada cual haga “lo que le dé la gana”. Ese concepto de la libertad se queda cojo cuando se contrapone con la necesidad de respeto y seguridad que tienen todos los seres humanos. La libertad ha de venir de la mano de unas normas de convivencia que garanticen, en los espacios educativos, que cada persona no se sentirá agredida física o emocionalmente. Sólo así cada niña y cada niño podrá sacar lo mejor de sí mismo. Estas normas de convivencia (que existen también en sociedad) no deberían ser arbitrarias sino emanadas de los propios estudiantes, de su entendimiento y su compromiso. Permitiendo a los estudiantes participar con voz propia en la creación de su vida, de su relación con otros, de la defensa de sus derechos, estamos poniendo los cimientos para que desarrollen su juicio crítico y su capacidad para defenderse en situaciones de abuso, así como un sentimiento de control sobre sus propias vidas y la convicción de que está en sus manos cambiar el mundo para mejor. Esto es esencial si buscamos una sociedad participativa, solidaria y realmente democrática, algo a que la escuela debe contribuir con la práctica y no simplemente desde la retórica.
Por eso la educación que proponemos es una educación activa, en la que las niñas y niños puedan ser creadores y productores de su aprendizaje. Y democrática, porque educamos con el ejemplo y no podemos permitirnos una sociedad apática, individualista y desmotivada. Porque sólo dejando que las niñas y niños tomen el timón de su aprendizaje les ayudaremos a mantener vivo el entusiasmo por descubrir, cuidar y transformar el mundo.
- Vamos en busca de una educación activa, y ¿qué mejor forma de hacerlo que con un medio de transporte activo?
- La bici además nos permite viajar a un ritmo tranquilo, con tiempo para absorber y disfrutar los paisajes que cruzamos. Es un medio muy sociable, además, porque siempre nos para alguien para preguntarnos por nuestro viaje y esto es una oportunidad para contarles lo que estamos haciendo.
- Por último, es una forma de reivindicar la bicicleta, más allá del deporte, como lo que es: un medio de transporte sostenible. Y como lo que debería ser: un medio de transporte seguro para todas y todos, incluidos nuestros hijos.
- Porque queremos contribuir a un cambio profundo en la educación y en la forma en que los niños grandes entendemos la infancia.
- Porque estamos convencidos de que los mayores obstáculos para lograr eso son la ignorancia y el desconocimiento.
- Porque creemos que es imprescindible tejer redes con personas y colectivos que compartan nuestro objetivo y nuestros ideales.
- Porque sabemos que la educación no cambiará si no hay suficientes personas que exijan que cambie, y debemos ser las familias, junto con los educadores, quienes impulsemos ese cambio.
- Porque creemos que la educación pública, que es la de todos los niños, tiene que ser la mejor posible y debe nutrirse con las experiencias pedagógicas que más favorezcan el completo desarrollo y la felicidad de nuestras hijas e hijos.
- Porque queremos abandonar la dicotomía que existe, en relación con las pedagogías que se apartan de la educación convencional, entre educación “pública” y “privada”. Criticar el sistema educativo actual no es criticar la educación pública, es criticar la educación como la conocemos: la educación pública puede y debe aplicar métodos transformadores.
- Porque sabemos que hay cada vez más niñas y niños, y familias, que necesitan y buscan este cambio, y que merecen nuestro apoyo y nuestro compromiso.
- Porque afortunadamente tenemos la ilusión, el tiempo y el corazón (entrenado) que requiere un proyecto como éste.