Eran los últimos días de noviembre, y llevábamos casi siete meses viajando. Cuando empezamos, nuestro objetivo era conocer escuelas diferentes, escuelas de las que ningún niño o niña quisiera marcharse, escuelas que nos habían fascinado. Casi todos los espacios de aprendizaje con los que contactamos aceptaron nuestra visita, y unas pocos, por diferentes razones, no nos permitieron visitarles o nunca contestaron a nuestra petición. Siempre insistimos. Pero en algunas ocasiones tuvimos que rendirnos. Fue el caso de O Pelouro, una escuela gallega que lleva cuatro décadas educando desde el respeto a la identidad de cada niña y niño, y que está además reconocida oficialmente como "Centro Singular Experimental de Innovación Psicopedagógica e Integración”. Nos hubiera encantado llegar hasta allí pero fueron demasiadas las dificultades y, sobre la marcha, nuestros planes cambiaron.
Casi a diario, mientras viajábamos, recibíamos mensajes de apoyo de personas a las que no conocíamos. Eran la fuerza que nos impulsaba para subir cada cuesta que encontrábamos en el camino. Muchas veces esos mensajes eran también invitaciones, y una de ellas nos llegó desde Oleiros, un pueblo precioso de A Coruña, donde un grupo de familias estaba iniciando un pequeño proyecto de aprendizaje autoguiado. Una de las mamás, Silvia, nos había invitado a pasar dos noches con ella y su familia, y desde Ferrol, en un día luminoso, fuimos pedaleando a verles. Con ellos pudimos recuperarnos del cansancio, y conversar....sobre cómo nos ha transformado esta forma de criar a nuestras hijas e hijos; sobre lo difícil que es encontrar proyectos educativos que respeten las necesidades emocionales de los niños y niñas; sobre lo que cuesta conseguir que esta visión de la educación se acepte y normalice... Nuestra sociedad no nos lo pone fácil a las familias ni a los docentes.
Al marchar de Oleiros hubiéramos querido hacer una parada en Santiago, donde Lorena, Laura e Irupé nos habían invitado ilusionadas a visitar su espacio de aprendizaje, Luscofusco, una iniciativa que pretende recuperar la esencia de los antiguos colegios rurales, y al mismo tiempo dinamizar la zona, y que está inspirada en filosofías como las de Montessori, Pestalozzi o Malaguzzi. Nos dio muchísima pena no disponer de más tiempo, y tuvimos que seguir rumbo a Pontevedra, donde nos esperaba una familia muy especial: la familia Supertramp. Óscar y Susana habían hecho en 2011 un viaje de Ámsterdam a París con su hija de 2 años, en sus triciclos reclinables o trike. Teníamos ganas de hablar con ellos de viajes "slow", de libros, de educación... Pero ocurrió lo que no nos había ocurrido hasta entonces durante el viaje: la gripe. Primero fue Jara, luego Diego. Yo aguantaba a duras penas. Aun así nuestros anfitriones tuvieron la generosidad y la paciencia de acogernos en esas circunstancias y de soportarnos en nuestro momento más bajo.
Era imposible plantearse ir en bici hasta Vigo, así que tal cual, hechos un guiñapo, nos vinieron a recoger desde Vigo Elena y Julián, a quienes seguramente conozcáis por su estupendo webdoc sobre el juego espontáneo: "Imagine Elephants", que puede verse online gratuitamente:
Además de cuidarnos, Elena y Julián nos habían propuesto dar una charla el 3 de diciembre en un sitio muy especial llamado Littleland, ¡una cafetería que piensa en los peques! Allí nos esperaban decenas de personas que querían saber de nuestra experiencia, de las escuelas que habíamos visitado y del porqué de este viaje. Diego, que estaba sin fuerzas por la fiebre, no pudo hablar y tuve que dar la charla en solitario (aunque la mar de arropada). Como siempre, el calor de todas estas personas nos dio fuerzas renovadas y dos días después salíamos otra vez con las bicis camino a Vigo, donde íbamos a tomar el tren hacia Segovia. No nos imaginábamos que aún nos quedaban emociones fuertes por vivir antes de llegar a la estación.
A pesar de nuestra resaca gripal, ir en bici desde Nigrán hasta Vigo fue una experiencia la mar de agradable. Poder ir bordeando la costa gallega, con las islas Cíes de fondo, y en un día de sol otoñal (increíble para Galicia en diciembre, ¿verdad?) fue un auténtico regalo. Pero cuando entramos en la ciudad la cosa cambió, y nos vimos embutidos en medio de un tráfico crispado e irrespetuoso que apenas nos daba un respiro. Los coches nos adelantaban a toda velocidad, sin dejarnos casi espacio. Y tuvo que pasar: yo iba siguiendo a Diego, y un vehículo que venía detrás de nosotros quiso adelantame, pero no vio el remolque que iba enganchado a mi bici y se pegó tanto a mí que me golpeó por detrás y estuvo a punto de tirarme al suelo. Sentí mucha rabia, y miedo, porque pensé que esto podría haberle pasado a Diego, que llevaba a Jara con él en la bici. Le dije a la conductora, casi con lágrimas en los ojos, que íbamos con una niña pequeña, que pensara que podría ser su nieta, que ir con esas prisas no merece la pena. Las prisas y el coche como medio de transporte nos alteran, nos cambian: alrededor dejamos de ver personas, peatones, ciclistas, para ver obstáculos a esquivar, impedimentos para ir tan rápido como querríamos en nuestro afán por escapar al presente y adelantarnos al futuro. Se nos vino el alma a los pies cuando los conductores que pasaban a nuestro lado no hacían más que increparnos por detener la circulación unos minutos mientras nos recuperábamos del susto.
Al fin llegamos a la estación, después de dar varias vueltas (¡y eso que llevábamos GPS!). Nos esperaban varias horas de tren. Quizás los últimos días habían sido los más difíciles de todo el viaje y, sinceramente, mientras nos subíamos al vagón cargados como siempre con las bicis, los remolques, las mochilas y nuestra peque, la moral no estaba muy alta.
Afortunadamente este sentimiento nos duró poco, porque siempre podía más la certeza de que no estábamos solos, y de que de todo esto estaba saliendo algo precioso, algo que tenía la capacidad de unir a la gente, algo que serviría para inspirar cambios y alentar la rebeldía contra un sistema que no está construido para las personas, pero que somos las personas quienes tenemos en nuestra mano parar.
Hoy, casi un año después de haber vivido esta experiencia, lo tenemos más claro que nunca.
Con todo nuestro cariño y nuestra gratitud para Silvia y su familia.
Más información sobre educación activa en Galicia:
Gándara: un espacio de aprendizaje activo y vivencial basado en la experiencia del "Pesta" en Ecuador, y en las obras de Rebeca Wild. (Gondomar, Vigo)
Amadahi: una escuelita al aire libre en un entorno natural privilegiado, y basada en el modelo de "bosquescuela" alemán. (Dexo, A Coruña)
Si crees que este proyecto es necesario, entonces quien es imprescindible eres tú.
Sin tu apoyo no saldrá adelante.
-
Apoyos
-
€
Obtenidos del objetivo de €
-
Días restantes