Ponencia de Esto no es una escuela en el evento TEDx La Laguna 2015
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Imagínense que van a hacer un viaje, y que reservan un apartamento por internet. Pero al poco tiempo la propietaria les dice que no: que no se lo alquila. Que prefiere no cobrarles nada, y que les invita a su casa.
Imagínense que escriben un email a unos desconocidos para que les alojen en su casa al día siguiente. Y les contestan: “Estamos de viaje y no podremos recibiros, pero no hay problema: la casa la tenéis abierta”.
Hace tres años nosotros no podíamos ni imaginar que nos iba a ocurrir esto, que alguien a quien no conocíamos de nada iba a confiar tanto en nosotros como para abrirnos las puertas de su casa de par en par.
Pero el año pasado hicimos un viaje. Un viaje con nuestra hija Jara, que entonces tenía dos años. Un viaje en bicicleta. En estas bicicletas. Recorrimos 8 países durante más de 7 meses. Y en ese tiempo, decenas de personas nos mandaron mensajes de apoyo y nos ofrecieron su casa, una cama donde dormir o una cena caliente sin pedirnos nada a cambio.
Hicimos este viaje porque queríamos descubrir espacios de aprendizaje donde el juego, la colaboración y, sobre todo, la confianza, fueran el día a día de los niños y los jóvenes. Y queríamos filmar un documental que sirviera para inspirar un cambio en la educación. Pero lo que no nos esperábamos era que el viaje nos cambiase a nosotros: la confianza que tantas y tantas personas depositaron en nosotros ha cambiado nuestra forma de viajar, pero sobre todo nuestra forma de vivir.
En realidad nuestro viaje ha sido un curso intensivo para aprender a confiar. Hace casi 4 años, cuando nació Jara, nuestra hija, éramos como cualquier madre o padre que no hace más que hablar de su recién nacido, que te enseña en el móvil los vídeos del bebé aprendiendo a gatear... ¡Mira, su primer diente! ¡Su primer atornillador eléctrico! Y entonces te das cuenta de que a partir de entonces tienes una misión, que es hacer fotos. Y también, no menos importante, criar y educar a tu hija. Y te das cuenta de que no tienes ni idea de cómo lo vas a hacer.
Y esto es curioso porque todos hemos estado allí, ¿no? Quiero decir que todos hemos sido niños. Debería ser fácil. Sólo hay que recordar lo que necesitabas cuando eras niño y ya está. Sin embargo no es tan fácil. Salvo para los demás. Es otra de las cosas de las que te das cuenta. Puede que tú no sepas cómo educar, pero el resto de la gente lo tiene clarísimo, y no hace más que decírtelo. Todo el mundo tiene su propia idea de cómo hay que educar a los niños. Y nosotros no íbamos a ser menos...
Así que hoy les queremos contar lo que hemos aprendido en este curso acelerado que ha sido nuestro viaje, y por qué pensamos que la confianza en los niños es una pieza clave en su educación.
¿Qué se siente cuando alguien confía en ti?
Les voy a proponer una actividad para experimentarlo. Vamos a experimentar lo que se siente cuando confían... en mí. Les voy a pedir que abran los bolsos y que dejen las carteras bien visibles. Ahora cierren los ojos hasta que yo les diga… Bueno, con cerrar los ojos me vale.
Recuerden ahora una persona de su vida que haya confiado en ustedes sin reservas. Alguien que, sin juzgarles, les haya acompañado en sus éxitos y en sus fracasos, que haya creído plenamente en sus capacidades. Imaginen ahora que todos los presentes somos como esa persona. Que confiamos en ti. Que la persona que tienes al lado, detrás...confía en ti plenamente...recuerden lo que se siente y abran los ojos cuando quieran.
Este verano hicimos una dinámica con un grupo de personas. Dividimos el grupo en dos. A las personas de un grupo les pedimos que cerraran los ojos, como ustedes ahora. Y a los del otro grupo, que les guiaran llevándolos de la mano a través de unos obstáculos. Cuando preguntamos qué habían sentido hubo consenso: los que tenían los ojos cerrados habían sentido confianza en el otro. Y los que guiaban se habían cargado de responsabilidad. Responsabilidad y confianza yendo, literalmente, de la mano.
Saber que alguien confía en nosotros nos hace sentir bien, ¿verdad? Pero ¿qué es lo que pasa en nuestro cerebro? Pasan muchas cosas, pero la más llamativa es que nuestro cerebro empieza a segregar una hormona, la misma que ayuda a establecer un vínculo afectivo entre un bebé y su madre. Algunos científicos la han llamado “la hormona del amor” o de la confianza. Se llama oxitocina. Hay una charla TED muy interesante en la que el investigador Paul Zak habla de los efectos de la oxitocina, a la que él llama la hormona “moral”. Entre otras cosas, la oxitocina tiene el efecto de hacernos más responsables. Es como decirles a los demás “tú también puedes confiar en mí”. Piénsenlo por un momento: si queremos que nuestros hijos y nuestros alumnos sean responsables quizás deberíamos empezar por confiar en ellos.
Una alumna de una escuela democrática holandesa que conocimos durante el viaje nos contaba que ella y un grupo de estudiantes de su escuela se habían dado cuenta de que uno de sus profesores estaba pasando una mala racha, y que el trabajo le desbordaba. Entonces decidieron darle una sorpresa y durante una semana se hicieron cargo de las tareas que él tenía pendientes.
Esto ocurrió en una escuela democrática, donde las relaciones entre niños y adultos se basan en la igualdad y donde los estudiantes pueden tomar la iniciativa. Pero normalmente ¿confiamos en los niños? ¿Les permitimos tomar decisiones y descubrir cosas por sí mismos?¿O les atiborramos con órdenes, instrucciones y reglas que tienen que cumplir? ¿Les dejamos equivocarse y aprender de sus errores?, ¿o les metemos miedo a las consecuencias antes de que siquiera lo intenten?
Todo el mundo sabe lo que es esto. Un arcoíris. ¿Pero notan algo extraño? ¿Y ahora? Los colores están cambiados. El año pasado, en Gijón, un niño nos contaba cómo una de sus profesoras había roto delante de sus compañeros su dibujo de un arcoíris porque tenía los colores al revés. ¿Se imaginan qué sintió este niño en ese momento…? ¿Vergüenza, miedo, frustración?
Cuando no confiamos en los niños, ellos no pueden confiar en nosotros. Y lo que es peor, no confían en sí mismos. Esto es lo que el Profesor de Psicología Robert Rosenthal descubrió en el llamado "efecto Pigmalión": los niños que sienten que sus profesores confían en sus capacidades mejoran su rendimiento escolar. Y los niños a los que les mostramos que no merecen nuestra confianza tiran la toalla. Tiran la toalla, pero aprenden lecciones que no olvidarán en su vida: a rendir cuentas, a sentir vergüenza, a no salirse de la raya, a competir o a tener miedo a equivocarse.
La confianza y el miedo son como el agua y el aceite: no se mezclan. En la batalla entre el miedo y la confianza, normalmente gana el miedo. El miedo nos paraliza. Pero, ¿qué sucede cuando la que gana es la confianza?
Sucede que nos atrevemos a salir de nuestra zona de confort, condición indispensable para aprender. Las conquistas sociales, culturales o científicas provienen de ahí, de salir de nuestra zona segura. Así es como hemos conseguido conquistar el cielo. Así es como unos chavales de un espacio de aprendizaje de Alicante construyeron con sus propias manos, voluntariamente y sin buscar ningún premio más que su propia satisfacción, esta cúpula geodésica.
Antes de entrar en la escuela todos nos hemos lanzado a descubrir el mundo, a caminar, a hablar, a independizarnos, que en realidad es más difícil que construir cúpulas geodésicas. Todo ello sin necesidad de manuales de instrucciones, sólo siguiendo nuestro instinto. Pero en algún momento nos sentaron a un pupitre y nos hicieron estudiar lo que tocaba, fuese la tabla del siete o los colores del arco iris. Y con ello olvidamos lo que realmente nos motivaba y nos hacía sentir vivos.
Lo que creemos es que la educación se beneficiaría enormemente si tuviéramos más legisladores, más familias y más docentes que confiaran en las capacidades de los niños.
Pero, ¿en qué consiste exactamente esto de confiar en los niños? ¿Cómo se pone en práctica? Resumiéndolo mucho se trata de no suprimir su instinto, su curiosidad ni sus capacidades. No castigarles, no juzgarles. Permitir que se equivoquen y aprendan de sus errores.
Imagínense que de niños hubieran podido ir a un lugar donde jugar y aprender con niños de diferentes edades, colaborando juntos. Ir a una escuela donde el aula fuera el bosque entero. Donde no hubiera media hora para el recreo, sino todo el tiempo del mundo para jugar, a cualquier hora. Un lugar donde relacionarse con los adultos desde un plano de igualdad y donde sus opiniones fueran respetadas, y sirvieran para decidir las normas de la escuela o lo que se estudia cada curso o incluso qué profesores se contratan. Una escuela que fuera como una segunda casa, una segunda familia.
Estos lugares existen. Algunos llevan muchas décadas educando a contracorriente, como Summerhill en Inglaterra, que fue fundada en 1921. Hay cada vez más escuelas, incluso escuelas públicas, que están educando en la confianza. Y todas ellas son la prueba de que los niños, cuando confiamos en ellos, hacen de todo menos perder el tiempo.
Les presento a Laura. Laura estudió en una escuela que no tiene exámenes, ni notas, ni deberes, ni clases obligatorias. Fue ella, y nadie más, la que decidió en cada momento qué quería aprender y cuándo. El año pasado obtuvo el Óscar al mejor documental largo, Citizenfour, una película sobre la polémica destapada por Snowden. No parece que Laura haya perdido el tiempo por no seguir el currículum.
Confiar en los niños no sólo fomenta su responsabilidad, sino que les impulsa a aprender y a descubrir el mundo. Da igual que terminemos ganando un Óscar o no, a la postre confiar en nosotros mismos nos ayudará siempre a superar nuestros límites y enriquecernos.
La confianza es como una bicicleta: sabes que te llevará hasta donde tú quieras mientras no dejes de pedalear. A nosotros nos ha llevado a producir un documental, iniciar un proyecto educativo y compartir este rato con ustedes, que ya es mucho más de lo que imaginábamos. No sabemos donde más nos llevará. Quién sabe adónde puede llevarles a cualquiera de ustedes, porque a esta bicicleta se puede subir quien quiera que haya perdido el miedo a confiar.
No nos queremos ir sin antes pedirles que imaginen de nuevo. Que imaginen que un día llama a su puerta un desconocido, así de pequeño. Viene para quedarse y seguramente se parezca mucho al niño o a la niña que ustedes fueron. ¿Se acuerdan cuando les pedimos que cerraran los ojos y recordasen a alguien que confió en ustedes, sin reservas? Pues bien. Volviendo a su pequeño desconocido imaginen, por un momento, a quién les gustaría que, pasados los años, recordara él. O ella. Muchas gracias.
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