Hay escuelas, demasiadas escuelas, que se asemejan tristemente a prisiones: estáticas moles de hormigón repletas de aulas estrechas, con barrotes en las ventanas, patios de cemento, timbres estridentes que sustituyen el deseo por imposición. Pero ¿cómo podría ser una escuela que escapara de esta crisálida claustrofóbica y echara a volar...?
Luz de candil, mariposa del aire que no se quiere parar, eso es Tximeleta. En euskera, mariposa. Una escuela que sólo tras dar muchas vueltas (como corresponde a unos auténticos cazadores de mariposas) conseguimos ver de cerca en Pamplona. Una escuela libre y democrática que sigue volando alto después de más de doce años de vida. Pero Tximeleta es también una asociación dedicada a difundir una pedagogía innovadora que se ha convertido en referente en el panorama educativo español: cada año ofrece cursos para familias y educadores con los que además se contribuye a la sostenibilidad del proyecto educativo.
Frágiles, pequeñas, silenciosas... y también infatigables, las mariposas son capaces de recorrer miles de kilómetros en su migración hacia latitudes más cálidas, soportando vientos en contra, y el asedio de sus depredadores. Pueden ascender varios miles de metros de altitud, e incluso llegan a cruzar océanos enteros. Es difícil creer que su aspecto delicado y juguetón esconda tanta fortaleza y determinación. Y la historia de Tximeleta tiene mucho de eso. Desde sus comienzos en casa de Mikel, un profesor de secundaria que quiso educar a su hijo en la filosofía de Summerhill, la escuela ha sobrevivido a los vaivenes y a las incertidumbres propias de un proyecto que pertenece a las familias que lo forman, que no pretende amoldarse al sistema sino a las voluntades de sus niñas y niños, y que se construye (y metamorfosea) con ellas.
Tximeleta, como otras escuelas libres que hemos conocido, es de hecho una gran familia. Una familia que nos ha abierto las puertas y nos ha invitado a conocerles sin tapujos. Durante un fin de semana pudimos convivir con madres, padres, niños y niñas, en el albergue de Astitz, donde celebraban un encuentro del que nos hicieron partícipes y en el que compartimos conversaciones, risas y reflexiones en torno a la educación que soñamos, y que con mucho esfuerzo y dedicación estas mamás y papás están intentando apuntalar. Allí pudimos comprobar una vez más que el camino no es fácil, que está plagado de retos a veces extenuantes. Porque la búsqueda de libertad, en educación como en cualquier otra esfera, exige volar contra corriente, contra el viento de cara que amenaza con tumbarnos, contra el férreo corsé de la "legalidad", contra temores e inseguridades.
Pienso en la idea de libertad que nos inspiran las mariposas, y que tiene mucho que ver con su capacidad de transformarse, de mudar de piel sin renunciar a su esencia, para seguir viviendo. Tximeleta no hace mucho se ubicaba en Etxarri, un pequeño pueblo de unos cien habitantes, en la misma casa donde vivía una de las niñas participantes. Ahora está en las inmediaciones de Pamplona, la capital de provincia de donde proceden la mayor parte de las familias. Las diferencias entre el entorno rural de Etxarri, que permitía a la escuela extender su radio de afectividad a toda la comunidad, y el espacio urbano actual –en una casa de alquiler con jardín– son notables; cada lugar facilita ciertas experiencias y objetivos, y dificulta otros: es más fácil que la escuela crezca si está cerca de la ciudad, pero en un pueblo el mundo que llegan a conocer los niños abarca mucho más que cuatro paredes.
En Tximeleta –que forma parte de EUDEC, la red europea de escuelas democráticas– no hay exámenes, ni asignaturas, y los niños y niñas de diferentes edades conviven y trabajan juntos (si bien infantil y primaria tienen espacios diferenciados). Siguiendo sus inquietudes personales y su curiosidad, las niñas y niños han llegado a construir un trineo, un velero, y también han organizado ellos mismos todos los detalles de una excursión a la nieve en Francia. Semanalmente hay actividades fijas en las que cada niña o niño puede participar, como arcilla, inglés, pintura, baile y canto, teatro, trabajo en el huerto, psicomotricidad, la lectura de un cuento al final del día, los "corros" o breves reuniones que abren y cierran cada jornada escolar, y las asambleas semanales, donde se discuten temas propuestos por los niños y son ellos mismos (erigidos en "tximeletukus") quienes llevan la batuta. Pero la motivación para participar se basa siempre en el propio interés del niño. La labor de los adultos consiste en facilitar aquello que le hace feliz. ¿Cómo afecta esto a su adaptación a la educación secundaria? Los casos que conocemos ponen de manifiesto que las habilidades y la confianza que aprenden aquí las niñas y niños, y que constituyen un aprendizaje vivencial y no meramente teórico, les dotan de herramientas sobradas para incorporarse plenamente a otro tipo de escuela llegado el momento.
No llegamos a Tximeleta un día cualquiera, sino el día en que las niñas y niños encontraron un pequeñísimo ratón al que le habían preparado, con mucho amor, una casa dentro de una urna. Asistimos a una de sus asambleas. Almorzamos con ellos la comida que una de las mamás, como siempre, había preparado. Y mientras el sol comenzaba a bajar, entrevistamos a varias de las niñas y niños de Tximeleta para el documental. Quién mejor que ellos puede explicar lo importante que es sentirse parte de la escuela, participar en ella con voz y voto, aprender a tomar decisiones por sí mismos, y a argumentarlas... y sobre todo, descubrir que para aprender sólo hace falta ilusión.
Jorge Bucay narra en uno de sus relatos cómo una niña (la madre del escritor), deseosa de colaborar para que una mariposa asome de su crisálida y comience a volar, decide cortar prematuramente el capullo con unas tijeras. En consecuencia, la mariposa que emerge nunca logra desplegar las alas, y muere: "Las mariposas necesitan de ese terrible esfuerzo que les significa romper su prisión para poder vivir, porque durante esos instantes, explicó mi abuelo, el corazón late con muchísima fuerza y la presión que se genera en su primitivo árbol circulatorio inyecta la sangre en las alas, que así se expanden y la capacitan para volar". En la educación tradicional, la madurez, las motivaciones y los ritmos de cada niña o niño se descartan del proceso de aprendizaje, que viene secuenciado y dirigido por adultos –sin duda tan bienintencionados como la niña del cuento– de acuerdo con valores "estándar". En lugar de ser pacientes, ante cualquier "dificultad" o "retraso" respecto a los resultados esperados (ya sea individual o colectivamente, como ocurre en España con los informes PISA), los adultos nos apresuramos a "ayudar" a los niños con deberes, clases particulares, y más exámenes. Quizás eso precisamente esté en el origen de tanto fracaso. Quizás esa pretendida asistencia les esté robando la posibilidad de ser los artífices de sus logros y aspiraciones. Quizás lo que más necesiten nuestras hijas e hijos para desplegar sus alas en el instante adecuado sea simplemente una mirada serena, una presencia no intervencionista, y toda nuestra confianza.
12 de noviembre de 2014
Con nuestro cariño para Amaia, Xabi, Indira e Ikal. Para Xanti. Y también para Josu, porque sin él esta historia nunca la habríamos contado.