Quisimos que la primera parada de nuestro viaje por la Península Ibérica fuera en “la escuelita de Ítaca”. Una pequeña escuela en Almería que nace de la fuerza y la convicción de un grupo de familias y maestras acompañantes, constituidas en cooperativa, que se vuelcan cada día en crear un entorno donde las niñas y niños de hasta seis años puedan disfrutar en libertad.
La escuelita de Ítaca está aún en construcción, en desarrollo, en creación. No sólo porque esté dando sus primeros pasos, sino porque su ubicación definitiva es hoy una gran finca de naranjos y frutales que requiere ser transformada antes de poder albergar el futuro Colegio Ítaca, que aspira a ser un centro homologado con espacio para madres de día, infantil y primaria. El lugar donde está ahora es un terreno amplio, con un pequeño huerto, higueras, un arenero, una zona de juego exterior, y un edificio en el que hay una cocina-comedor, dos aulas, y un baño.
Algo que nos ha atraído a esta escuela, y una de las cosas que más nos gusta de ella, es que no se esconde, sino que desde su fundación sale al mundo valientemente mostrando que esta forma de educar debería ser la norma y no la excepción: no un ataque a la educación pública sino su inspiración. Una escuela que pone el acento en el valor del juego libre, de los sentimientos y del desarrollo social para la felicidad de las personas.
Han sido cuatro días intensos, en los que hemos compartido con madres, padres y acompañantes las vivencias, los sinsabores y la unión que han hecho surgir esta iniciativa que despunta y que nos ayuda a seguir creyendo que es posible cambiar el mundo desde la educación. Igual que la Ítaca de Kavafis–ese destino anhelado–, la escuelita de Ítaca, y el futuro Colegio Ítaca, son lugares con los que seguiremos soñando en lo que nos queda de viaje, y que nos animarán a seguir pedaleando con la esperanza de volver a encontrarlos en nuestro camino.