Durante el viaje por el extranjero, cuando alguna de las personas con las que nos topábamos por el camino nos preguntaba cómo había surgido la idea de embarcarnos en esta aventura, Diana y yo nos mirábamos con cierta inquietud, como esperando que fuese el otro el que contestase porque, francamente, se nos estaba olvidando.
Desde que decidimos iniciar este camino hasta ahora hemos experimentado una transformación personal muy emocionante pero a la vez ha sido (y es) agotador. Y no hablo metafóricamente. Creemos que en realidad es el trabajo de una sola persona, porque uno de nosotros está siempre pendiente de nuestra hija, y el otro es el que tiene que aprovechar el tiempo para hacer algo. Muchas veces somos incluso los dos los que estamos ocupados con tareas parentales. Quizá esto justifique nuestra amnesia, al margen de que peinar canas en este caso reste en vez de sumar.
Sí hay cosas que recuerdo (aún hay esperanza). Recuerdo cuándo empezamos a pensar en crianza, y luego en educación, hará algo más de dos años y medio. Cómo una cosa fue llevando a la otra y, finalmente, a la decisión de tomarnos un año de excedencia de nuestros trabajos para poder dedicarnos íntegramente a lo que inicialmente sería un proyecto personal no demasiado ambicioso y que luego ha trascendido a la esfera pública creciendo hasta convertirse en una criatura con varios rostros. Ahora "Esto no es una escuela", #esunblog, #esunviaje, #esundocumental en ciernes: será (esperamos) un lugar para el encuentro, un centro de documentación y referencia. Quién sabe si será una no-escuela.
El proceso nos tiene anclados en el presente y no hay mucho tiempo para mirar hacia atrás o hacia adelante. Siempre hay que atender cuestiones urgentes, importantes o ambas cosas a la vez. En la planificación y preparación del viaje se nos fueron varios meses, mientras el calendario presionaba con la finalización del año escolar. Empezábamos el blog, queríamos escribir para contar lo que descubríamos y hacíamos. Pero escribir lleva tiempo. Teníamos que repartirnos tareas para documentarnos, leer libros, informarnos acerca de las escuelas; decidir un recorrido, enviar cartas a centros y personas que queríamos visitar y esperar a que nos contestaran; buscar cuál sería la mejor forma de viajar; administrar nuestro presupuesto, comprar billetes de avión, de tren, de barco; equipar las bicicletas, conseguir los remolques y la silla de Jara; decidir cómo nos alojaríamos, dónde, cuándo, con quién; aprender técnicas de filmación, de entrevista; conseguir material fotográfico portátil, probarlo; sacar pasaportes, contratar seguros para nosotros, las bicicletas y las cámaras; había que empezar a tejer una red, alimentar los perfiles sociales, contar nuestra historia, diseñar la página web. La lista era (y es) inacabable.
Durante el viaje hemos seguido inmersos en el proceso. Por lo general hemos estado poco tiempo en cada sitio y para cada nuevo sitio hemos tenido que encontrar dónde quedarnos, cómo desplazarnos y orientarnos; pedalear para llegar a nuestros diferentes destinos; subir y bajar de trenes o aviones, y cada vez que lo hacíamos había que vaciar los remolques de equipaje, desmontar los accesorios de las bicis, plegarlas y guardarlas dentro (como podéis ver aquí). Y a la inversa. Hemos tenido que sortear obstáculos como ascensores con puertas estrechas, estaciones sin ascensores o arroyos embarrados; contestar cartas o atender a medios de comunicación; filmar, estudiar cómo encarar las entrevistas o las tomas; cargar baterías, hacer copias de seguridad del metraje y del audio; tomar fotografías, colgar actualizaciones en los perfiles sociales; hacer compra, cocinar, o compartir gustosamente tiempo con nuestros anfitriones; hacer coladas, lavar pañales, calmar llantos.
Reflexiona Liam Heneghan en un maravilloso artículo acerca de Winnie the Pooh sobre el rol que el espacio físico juega en la memoria y en la niñez, especialmente el espacio al aire libre, el contacto directo con la naturaleza, como sucede con el Bosque de los Cien Acres de Pooh. También habla de migraciones, en el espacio y en el tiempo, así como del desarraigo que estas nos producen: en el espacio y en el tiempo.
A veces, cuando montábamos en bicicleta, Jara nos pedía ir a casa y siempre nos quedaba la duda de qué lugar sería ese. ¿Aquél donde dormía con sus padres cada noche, aunque fuese un lugar diferente cada vez? ¿O se refería sin embargo a su casa, la que la vio nacer, a la que acabamos de volver? ¿En qué medida afectará a su vida el nomadismo que ha estado viviendo estos meses? ¿Cuál habrá sido su espacio durante este tiempo, si cada vez ha sido uno diferente? No lo sé. Sin duda todo esto dejará un recuerdo, posiblemente difícil de evocar, pero que se manifestará quién sabe de qué forma. Quizá el día de mañana le pase como a nosotros, que no sabemos con certeza cómo hemos llegado hasta aquí porque habitamos en un proceso vertiginoso que nos ha alejado de nuestro origen hasta convertirlo en un bosque difuminado entre la niebla a nuestra espalda. Un bosque al que, tarde o temprano, tendremos que volver, aunque sólo sea por un instante, para saber de dónde venimos y entender y explicar dónde estamos.
Entender si el desarraigo con nuestra propia infancia ha sido un proceso (no sé si natural) que nos ha llevado a la edad adulta, es fundamental para aprender a relacionarnos con nuestros hijos y con nosotros mismos. Es necesario visitar nuestra infancia, pero hacerlo a través de (en vez de junto a) nuestros hijos podría convertirse en la mejor forma de robarles la suya. Necesitamos volver fugazmente a nuestro hogar, pero no para habitarlo, sino para entenderlo. A nuestras raíces, sí, pero sin llevarnos a nuestros hijos con nosotros, más bien al contrario. Son ellos los que ahora están construyendo su propio hogar, habitando su propio bosque.
Creo que es fascinante poder volver a caminar por esos parajes junto a pequeños guías expertos que nos ayuden a orientarnos y a descubrir sus secretos. Bosques diferentes a los nuestros, pero bosques al fin y al cabo que, con la suficiente atención, nos evocarán aquellos en los que literalmente crecimos. Seguir una senda errática, de exploración que, en palabras de Heneghan (y que comparto plenamente), se disfruta más en silencio: caminando y escuchando; escuchando y caminando. Así, tratando de mantenerme en silencio, estoy volviendo yo a mi infancia, caminando de la mano de mi hija. Quizá así podamos también, Diana y yo, averiguar cómo diablos surgió la idea de embarcarnos en esta aventura.