Aprendiendo a emprender

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Cuando me enteré de que la UNIA iba a aportar capital riego en una convocatoria pública para financiar proyectos de innovación educativa no sabía ni qué era la UNIA, ni qué el capital riego ni en qué consistía la convocatoria. Afortunadamente esas cosas tienen solución en la sociedad de la información, así que me leí las bases, miré qué era eso de la UNIA y en qué consistía el capital riego. Casi al mismo tiempo estaba enredando a mi hermana, a mi pareja y a un amigo para redactar conjuntamente y a toda prisa una propuesta de proyecto que decidimos llamar #Protexta y que presentamos en el último minuto.

La propuesta inicial, bastante ambiciosa (la ignorancia es muy atrevida), pretendía liberar los libros de texto mediante la creación de un espacio virtual que permitiera su edición a demanda, de forma colaborativa y a escala nacional, como poco. Los contenidos serían generados por cualquiera, de forma individual o colectiva. La comunidad de usuarios (centros docentes, alumnos, profesores, madres y padres de alumnos, etc.) haría la selección de contenidos en función de su orientación pedagógica y valoraría su calidad para con ello establecer una serie de retornos económicos a los redactores, ponderados según estas valoraciones. Los retornos se nutrirían, a su vez, de fondos económicos obtenidos mediante financiación colectiva, fondos propios de los centros y organismos docentes e incluso de mecenas (que podrian ser las propias alumnas, padres, tías, abuelos o el vecino del quinto). El resultado sería un ejemplar de libro de texto adaptado específicamente para cada materia, centro y grupo de alumnos, con contenidos siempre actualizados, en formato digital y con la posibilidad de poder imprimirse en papel. Libre, gratis (o muy barato), actualizado y con retornos sociales y económicos.

La idea era tan buena que nos seleccionaron en la primera ronda. Tras un taller sobre crowdfunding en Sevilla y un par de semanas de trabajo en equipo a toda máquina hicimos una segunda propuesta, mucho más elaborada, menos ambiciosa, más realista, con un presupuesto más reducido y objetivos realmente alcanzables. Hasta editamos un video de presentación. Fue entonces cuando, por fin, fuimos descartados definitivamente de la convocatoria.

Con esta experiencia aprendí un montón de cosas. La primera es que el mundo (y nosotras) tuvo mucha suerte de que no fuéramos seleccionados. No porque nuestra idea fuese mala o no tuviéramos capacidad para llevarla a cabo sino porque, además de que este blog no existiría por falta de tiempo para atenderlo, ello hubiera supuesto dejar fuera a alguno de los proyectos que al final sí fueron seleccionados y que me parecen tan buenos que quiero animaros a que les echéis un vistazo. Además se encuentran actualmente en la segunda fase de financiación, a pocos días de finalizar su plazo. Si alguno de ellos os motiva lo suficiente, seguro que agradecerán vuestra ayuda.

La otra cosa que aprendí es que nuestra idea original, mejorada (con varios millones de dólares de inversión de por medio, todo sea dicho), ya existe. Se llama CK-12 y es un potente portal de contenidos libres, editables y adaptables al formato de libro digital. Entre sus asesores se encuentra el fundador de wikipedia y otros pesos pesados. El principal problema es que el código fuente de la plataforma no es libre y los contenidos están en inglés. Sigue sin existir un CK-12 en español, por si alguien se quiere animar.

Aprendí otras muchas cosas que no voy a enumerar para no extenderme demasiado, pero sí quiero hablar de la que para mi fue la mejor lección. En el breve (aunque intenso) transcurso de tiempo en el que estuvimos trabajando para darle forma a la idea, lo que me impulsaba era la motivación de crear algo que había elegido en libertad. Disfruté del trabajo en equipo, de la creación colectiva y de soñar con que, si el proyecto salía adelante, estaría contribuyendo a construir un mundo mejor. Conecté con lo que quedaba de niño en mí, con esa capacidad natural para cooperar, superar retos, regalar sonrisas e inventar que nos caracterizaba. Y deduje que fuimos así porque, quizás, la supervivencia nos iba en ello y que, con la edad, iríamos perdiendo esas cualidades para dar paso a otras. Pero hoy, de nuevo en mi disfraz de adulto, no puedo dejar de pensar que además de la edad y de los procesos asociados a ella, lo que quizá nos diferencia a niños y a adultos es el haber "superado" un proceso de instrucción sostenida a lo largo de los años que, algunos, llaman educación. Y no soy el único.