Érase una vez un colegio público. Un colegio normal donde las niñas y niños aprendían, entre otras cosas, a separarse de sus mamás y papás en la verja sin llorar, a estar sentados en silencio, y a hacer la tarea que les mandaba cada día la maestra. Sobre este colegio y todos los demás del reino pesaba un viejo maleficio, y los niños y niñas –que siempre ven cosas que a los mayores se les escapan– lo sabían, aunque probablemente nadie les hubiera hecho caso si hubieran tratado de explicarlo. El maleficio condenaba a las maestras a repetir una costumbre conocida como “enseñanza”, que transformaba a los niños en personitas grises y sin voz, pues en aquel reino en sombra eso era lo que se entendía por hacerse grande. Pero un buen día, una de las maestras del colegio encontró inesperadamente un espejo: un espejo brillante, limpio, sin deformaciones, que le devolvió su imagen. Y todo cambió.
Aunque ayer cayó una lluvia torrencial, esta mañana en Elche luce el sol, y llegamos en bici a la hora prevista para encontrarnos con Lourdes, la directora del centro de educación infantil y primaria Princesa de Asturias. Nos ha costado muchos mensajes y llamadas telefónicas poder hablar con ella y, cuando finalmente lo conseguimos hace sólo unos días, nuestro proyecto y nuestras ganas tremendas de conocer su colegio nos abrieron las puertas. Nada más aparcar las bicis en el patio viene a nuestro encuentro la joven directora junto con varias de las maestras: es un equipazo de mujeres llenas de vitalidad y con una mirada brillante que transmite auténtica pasión.
El Princesa de Asturias, desde el exterior, sigue siendo un colegio normal. Está ubicado en un edificio provisional a la espera de que finalicen las obras de su emplazamiento definitivo, donde las condiciones para la puesta en práctica de una educación “viva y activa” serán muy diferentes, por ejemplo permitiendo el acceso directo de los niños al exterior desde el aula. Pero pronto empezamos a ver algo inusual: mamás y papás que llegan acompañando a sus hijos e hijas, que entran con ellos en las aulas, que se quedan un rato largo, hablando, jugando, o sencillamente estando presentes mientras se inicia la jornada escolar. Algunas de las mamás vienen con bebés que entran también y pueden jugar como si fueran menudos compañeros de clase. Es parte de lo que aquí conocen como “accompañamiento emocional”, y que implica respetar los procesos y ritmos propios de los niños. Cuando las familias se marchan, los niños y niñas están ya completamente inmersos en el juego, que esta pedagogía considera la base del aprendizaje.
Hasta hace un par de años el Princesa de Asturias era un cole como otro cualquiera. Cuando una de sus maestras conoció la educación viva gracias a su aplicación en escuelas públicas como Congrés-Indians, en Barcelona, no pudo dejar de compartir su hallazgo con el equipo directivo, que se entusiasmó. Tras formarse en esta pedagogía –corriendo con los gastos de su bolsillo– decidieron comenzar a aplicarla ya el siguiente año, en todos los cursos de infantil y tanto como fuera posible en primaria.
Jara pasa con nosotros a la clase de Isa, y se integra inmediatamente en el juego de los demás niños y niñas, de cinco años. En el aula no hay pupitres, ni sillas colocadas en hileras, ni una mesa para la maestra. Y es que, al deshacerse el hechizo, las que hasta entonces eran "maestras" (etimológicamente, quienes están por encima en conocimientos) se convirtieron en algo tan bonito como acompañantes. La decoración dista mucho de la que conocimos como alumnos: cortinas de colores suaves, mucha luz natural, cojines, plantas, muebles de madera… un espacio cuidado que invita a la calma y la distensión.
Hay diferentes zonas, con mesas redondas y algunas sillas o cojines, en las que se reúnen espontáneamente los niños según su propia iniciativa. Estas zonas se corresponden con las diferentes “inteligencias” de acuerdo con la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner: lingüística-verbal, lógica-matemática, espacial, musical, corporal-cinestésica, intrapersonal, interpersonal y naturalista. Es la propia curiosidad y apetencia del niño o la niña la que motiva la elección de una actividad u otra. ¿Qué pasa si todos eligen la misma actividad a la vez? El grupo de niñas y niños se autorregula, de manera que van repartiéndose por las zonas ellos mismos sin agolparse (sólo les hemos visto agolparse para ver y probar nuestra cámara). Y la misma curiosidad de cada niño le lleva a pasar por todas las zonas sin intervención adulta.
Al cabo de un rato somos testigos de un momento mágico. Bajamos con un grupo de niñas y niños al patio, donde la lluvia de ayer ha formado tentadores charcos. A los peques les ha faltado tiempo para ir a coger las palas y los cubos, y disfrutar llenándolos de agua, mezclándola con el barro, y pringándose de pies a cabeza. Da gusto verles tan entusiasmados y llenos de ilusión. Y con el mismo entusiasmo se acercan a nuestras bicis plegables… ¡sus preguntas y sus ganas de tocar y desatornillar todo son infinitas!
Tras reunirnos con Lourdes, que nos explica en detalle el proceso por el que han llegado a este camino educativo y qué cambios están viendo en los niños (y en las maestras mismas), decidimos que no podemos dejarla escapar y la convencemos para hacerle una entrevista informal ante la cámara. Leticia (que es madre además de jefa de estudios) también se anima, aunque a regañadientes. Subimos a la mediateca, una sala preciosa repleta de libros infantiles y que rebosa alegría. Allí, con estas dos mujeres luchadoras que no flaquean a la hora de defender una educación viva, hacemos una de las entrevistas más emotivas y motivadoras que hayamos filmado hasta ahora.
La jornada escolar llega a su fin ya, y las familias comienzan a entrar en las aulas para recoger a sus hijas e hijos. Una niña de unos seis años, que hoy en clase ha empezado a tener síntomas de asma, no quiere dejar de ir al cole, y se marcha de la mano de su madre con mirada melancólica. Estamos a punto de salir cuando llega Rosa, que preside la asociación de mamás y papás del colegio. Ella nos cuenta todas las dificultades que han encontrado (por parte de algunas familias opuestas a esta pedagogía, y de la inspección educativa) para sacar adelante este increíble proyecto de transformación escolar, pero también personal. Nos habla de cómo el equipo directivo y las familias son ahora una piña, y van todos a una para seguir por este camino. Rosa nos dice, con lágrimas en los ojos, que esta decisión del equipo directivo ha sido “como si nos hubiera tocado la lotería”.
La educación como se concibe ahora en el Princesa de Asturias, la educación viva y activa, es ese espejo que nos devuelve nuestra imagen, una imagen que de entrada puede no gustarnos, pero que es el acicate para ir en busca de lo mejor de nosotras, de nosotros mismos. Esta educación transforma no sólo a los niños y niñas, sino a sus familias, y a los docentes que dan el paso de vencer sus temores y romper el maleficio de inculcar impotencia, pasividad y obediencia. Una educación que es, en realidad –como diría Mandela– un arma poderosa, imparable, para cambiar el mundo.
Con nuestro agradecimiento a Sara.
Nota: en febrero de 2015 se inauguró el nuevo edificio que alberga el CEIP Princesa de Asturias.