El mensaje de Duncan llegó cuando más lo necesitábamos. Muchas de las escuelas a las que habíamos escrito no daban señales de vida, alguna incluso nos había hecho un desaire, y nuestra paciente espera amenazaba con tornarse en desánimo. Pero ese mensaje cercano, casi como de un viejo amigo, consiguió reavivar nuestra ilusión, y nos llenó de ganas por conocer una pequeña escuela pública de primaria donde los niños y niñas dan de comer a las gallinas y miman el huerto, mejoran la vida de los gigantes, tocan la kora y, sobre todo, se lanzan a volar con la imaginación.
Estamos empapados, pero ha merecido la pena venir en bici: al cruzar el bosque que rodea la escuela nos hemos sumergido en la cascada de olores y colores que brota con la lluvia. Todo tiene el aspecto de un sueño... hasta la verja artesanal de estilo modernista que hay que atravesar para entrar en la escuela, y las esculturas de madera con rostros fantásticos que nos observan mientras cruzamos el patio. Llamamos a la puerta; desde el muro, un mosaico de artísticas letras nos da la bienvenida a Bealings. Enseguida llega Duncan, que –no os lo había presentado aún– es el director de esta escuela, y nos ayuda a guardar las bicis. A Duncan no le gustan los uniformes. Por eso, aunque cedió a la opinión del resto de su equipo docente, lo único que identifica a los estudiantes de esta escuela es un suéter azul marino... y la sonrisa. Si hay algo que se percibe nada más entrar por la puerta es ese ambiente relajado, acogedor, cuidado en todos los detalles, y en el que es tan fácil sentirse bien.
Bealings, más que una escuela, es una "comunidad de aprendizaje" donde niños y adultos aprenden juntos. Como en otras escuelas democráticas, cada semana se celebra una asamblea en la que los estudiantes (la escuela tiene un total de cien) tienen la oportunidad de participar en la toma decisiones, proponer puntos del orden de día y votar sobre ellos. Como sabían que veníamos hoy, han adelantado la reunión para que podamos asistir. Es así como somos testigos de una experiencia conmovedora: sentados en círculo en el suelo, niñas y niños, algunos de tan sólo cinco años, exponen su punto de vista ante los demás y escuchan atentamente a los otros. Sentada en un trono con actitud solemne, una niña de uno de los últimos cursos preside la reunión, que termina (siempre es así) con una ronda de agradecimientos y sentimientos positivos.
Duncan nos propone que dejemos a Jara con los más pequeños (de cuatro años) para llevarnos a conocer la escuela. Aunque, sinceramente, podríamos habernos quedado horas y horas en el espacio para los pequeñines: es un lugar con grandes ventanales, decorado con colores alegres, con plantas y flores, con muebles adaptados al tamaño de los niños. En un rincón encontramos una isla imaginaria recreada por ellos, con arena y caracolas de mar, con exóticos peces de papel, y en el patio... ¡hasta han construido un barco con el que navegar por el océano!
Las experiencias que tienen los niños y niñas en su primer año son cruciales para fomentar la confianza, una actitud feliz, una mente curiosa, y la pasión por aprender. Queremos alentar el aprendizaje durante toda la vida, por lo que es importante que las niñas y niños se sientan felices, seguros, y que se diviertan aprendiendo.
Fue hace dieciocho años cuando Duncan asumió la dirección de Bealings, que por aquel entonces era una escuela como las de toda la vida, con asignaturas, libros de texto, y deberes. Tomando como punto de partida las experiencias de Reggio Emilia, la pedagogía de Peter Dixon, la teoría de las inteligencias múltiples y la obra de educadoras como Margaret Donaldson o Dorothy Heathcote (quien incorporó el arte dramático a la pedagogía), Duncan ha trabajado incansablemente por crear una escuela donde el arte, la poesía, los cuentos, la fascinación por otras culturas, y la música, están presentes en cada rincón.
Saliendo del edificio principal, donde están las aulas, llegamos al taller de carpintería. Allí encontramos a varios alumnos tallando delicadas piezas de madera. Y hablamos de cómo el trabajo manual sirve para inculcarnos la importancia de algo que cada vez escasea más en nuestra sociedad postecnológica: la paciencia. En esta escuela –donde se anima a los alumnos a construir ellos mismos en lugar de comprar artefactos costosos– no se fomenta el uso indiscriminado del ordenador, que se ve sencillamente como una herramienta más, no como el vehículo principal para acceder al conocimiento.
Además de entender que tanto alumnos como maestros tienen mucho que aprender unos de otros, en Bealings consideran que una de las mejores maneras de aprender es enseñando. Dirigir una fundación que contribuya a la integración de los gigantes, o un santuario para osos, brinda a las niñas y niños la oportunidad de convertirse en expertos y de decidir por sí mismos qué necesitan saber y cómo aprenderlo. De hacerlo colaborativamente además, y valiéndose de muy distitas habilidades, que no excluyen la inteligencia interpersonal o la cinescética. Este método, que introduce de lleno la imaginación en el aula, fue desarrollado por Dorothy Heathcote con el nombre de "Mantle of the expert" (la toga del experto). El contexto (o "escenario", ya que hablamos de teatro) que se crea es una ficción, pero dota al aprendizaje de sentido: la motivación para aprender surge de una necesidad real percibida por los niños, y esa es la fuerza que lo convierte en significativo. El trabajo que realizan los estudiantes a través de Mantle of the expert no se evalúa con notas (aquí rechina la idea de "juzgar" a los niños, y se valoran los errores como parte del aprendizaje), sino que es el destinatario ficticio (una ONG que protege a los osos, por ejemplo) quien ayuda a los niños a identificar sus puntos fuertes y débiles. Los resultados, según la inspección oficial del gobierno, son "un currículum maravilloso" impartido por un equipo "brillante".
Desde que Duncan está en Bealings, como os decía, esta escuela ya no es una escuela tradicional. Las escuelas tradicionales no se preguntan, por lo general, cómo aprenden los niños y niñas: el currículum se diseña desde la perspectiva adulta de lo que una persona debería saber al llegar a determinada edad para lograr... ¿qué exactamente? La finalidad de ese largo proceso de "aprendizaje" es bastante difusa, y muy raras veces se considera la felicidad como un objetivo. Aquí en Bealings, donde nos han recibido con una sonrisa y nos despiden con un abrazo sincero, hemos comprobado que la felicidad puede y debe ser, no sólo el fin, sino el medio, la disposición, el requisito imprescindible, para aprender.
8 de mayo de 2014