Ojo de Agua: educando desde la conciencia

La carretera desde Villajoyosa ha sido dura, con cuestas y una conducción crispada. Por momentos sentimos que no llegaremos nunca a Orba. Pero cuando quedan menos de dos kilómetros nos damos cuenta de que abajo, entre la arboleda, se ve ya la “casa grande”, la construcción de madera con paneles solares y rodeada de olivos, almendros y algarrobos que alberga Ojo de Agua. Y bajamos la cuesta sin pisar el freno, con la sensación de que, más que ir en bici, podemos volar.

Orba es un pueblo pequeño, no muy alejado de la costa, rodeado de montañas que parecen un mar encrespado. A Ojo de Agua se llega después de recorrer una pista de tierra que nos aleja del casco urbano. Hacemos el camino a pie acompañados por Ade, una galleguiña dulcísima que además de acompañarnos a nosotros y darnos cobijo en su casa, es acompañante (o “maestra”, como se diría en una escuela al uso) de los niños y niñas que participan en este ambiente educativo. Ojo de Agua es también un parque ecológico con 26.000 metros cuadrados de terreno en el que se asienta un edificio construido bajo criterios de sostenibilidad y bioconstrucción, que se autoabastece de energía eléctrica mediante placas fotovoltáicas y calienta el agua con placas solares. Javier, que juntó con su pareja Marién alumbró este proyecto en 1999, nos enseña el lugar, y recalca la importancia de la naturaleza en su visión de la educación. No en vano la web Blue Economy incluye Ojo de Agua entre otras destacadas innovaciones empresariales verdes, en relación con los beneficios de los bosques comestibles.

Son las nueve de la mañana y ya están llegando muchas familias. Aunque estamos casi en octubre, aún se están incorporando niños, y hay muchas mamás y papás que se quedan con los más pequeños para ayudarles en su adaptación al nuevo entorno. En Ojo de Agua encontramos participantes desde los 3 hasta los 17 años, unos sesenta en total. Para los más chiquitines hay un espacio, el “kinder”, con juegos y materiales adaptados a sus necesidades. Al cabo de un tiempo, en el momento en que ellos lo deciden, pueden trasladarse a la zona principal. No son los acompañantes quienes toman la decisión, sino cada niña o niño, cuando se siente preparado para compartir espacio con otros más mayores.

La biblioteca.

La biblioteca.

Mientras los pequeños se entretienen en el kinder, juegan en el arenero, se tiran por el tobogán de madera y hacen sus pinitos en una cama elástica, los niños de más edad, que tienen también una cama elástica para ellos, charlan sentados en un banco, leen un libro en la biblioteca, sacan las bicis y aprenden cómo funciona una dinamo o corren por el jardín jugando al escondite. En la finca, además de fauna silvestre autóctona, hay gallinas, caballos, patos y perros. No siempre una combinación “amistosa” (especialmente entre las dos últimas especies), pero sí un aprendizaje y una compañía constante para los chavales, y una manera de integrar la presencia humana en el medio natural al que pertenece.

En Ojo de Agua se tienen muy en cuenta la necesidad de movimiento y los deseos de las niñas y niños, pero siempre desde el respeto hacia uno mismo, hacia los demás, y hacia el entorno. La libertad aquí se cimenta en normas, muchas de ellas acordadas por los participantes en la asamblea semanal, que permiten que cada cual sienta que sus necesidades son atendidas y que es parte activa del proyecto. Por ejemplo, no está permitido subirse a la pista de skate (que fue construida por un grupo de niños) sin patines o skateboard. ¿Por qué? Uno de los constructores y ahora responsable de la pista, Miguel, nos responde sin dudar: “Es para que no se estropee... Si se estropea porque la usa gente que no hace skate, los que la hemos construido no podremos usarla”.

El laboratorio donde se da un taller de química.

El laboratorio donde se da un taller de química.

Cuando llevamos algunas horas en Ojo de Agua, esta interiorización de las normas como algo propio se hace evidente, y observamos que a las niñas y niños les da seguridad a la hora de defender sus derechos y asumir responsabilidades. Con la imprescindible colaboración de cada niña y niño, las instalaciones, dentro y fuera, están cuidadas y limpísimas. Todo el mundo se descalza antes de entrar en el edificio. Únicamente se come afuera o en el comedor. El agua no se derrocha, y se ve como un bien a  cuidar. 

Haciendo manualidades...

Haciendo manualidades...

Igual que los niños pueden decidir pasar una mañana bañándose en el estanque de agua (depurada con plantas acuáticas), o jugando al fútbol en el campo que ellos mismos decidieron montar, también pueden elegir ir a un taller de química, o a una clase de lenguaje de signos, si lo han solicitado en la asamblea y ha habido suficiente interés. Incluso, como ha ocurrido, pueden elegir libremente pasar su tiempo construyendo un domo, una bellísima estructura en forma de cúpula, de adobe y madera, que les sirva de refugio. Para ello habrán necesitado adquirir conocimientos de matemáticas, física, arquitectura, construcción, además de trabajar en equipo y en coordinación con adultos (como un experto en cúpulas geodésicas). Y, sobre todo, habrán aprendido a no dejarse vencer por las dificultades y a ir incansablemente en busca de su sueño.

El domo.

El domo.

Pero para poder perseguir un sueño, hay primero que descubrirlo en nosotros. Eso es lo que le pasó a Sune (que había pasado antes por dos escuelas) cuando llegó a Ojo de Agua: al poder elegir por sí mismo cómo pasar el tiempo afloró su pasión por la música. Ahora toca un montón de instrumentos, compone, tiene alguna actuación colgada en youtube, y hasta ha grabado un CD que nos regala el día de nuestra partida. Este lugar ofrece a los niños y niñas el espacio y el ambiente para escucharse a sí mismos, para conocerse, y a partir de ahí para ser conscientes de su papel en el mundo que les rodea, y como parte del planeta que habitamos todos.

Nos marchamos de Orba un día de lluvia. Marcos, que es pareja de Ade, además de aficionado al ciclismo, va a hacer con nosotros el camino en bici hasta Pego. Es la primera ocasión en que tenemos compañía en ruta, y estamos felices, pero algo melancólicos también por dejar este lugar donde tanto hemos aprendido y compartido. Llueve, y la lluvia nos cala, aunque apenas la sentimos. Cruzando las montañas encontramos cuestas empinadas. Pero el paisaje y la buena compañía nos animan, tanto como el mensaje de Ojo de Agua. Y cuando caminas (o pedaleas) hacia tu sueño, las dificultades se tornan oportunidades. Y cada instante del camino merece la pena.