Nada que hagamos, ni ningún juguete que les compremos, ni el "tiempo de calidad" que les dediquemos o la formación exclusiva que les demos, podrá compensar a nuestros hijos por la libertad que les estamos arrancando.
Peter Gray, Free to learn
Pringándonos. Mordiendo. Saboreando. Metiendo las manos de lleno en la masa. Y chupándonos los dedos después. Así aprendemos, no cuando nos dan la comida triturada –sea papilla de verduras o de álgebra– a golpe de cuchara. Por eso nos aburrimos cuando no nos dejan más opción que abrir la boca (para tragar). Y es que la curiosidad, que nos lleva a querer aprender con todas nuestras fuerzas, es un animalito intrépido que no puede vivir enjaulado y necesita correr en libertad.
Desde hace algunos años está cogiendo fuerza la idea, promovida por Gill Rapley, de que los bebés no necesitan papillas para acostumbrarse a comer alimentos sólidos. Pueden comer solos, si nuestros miedos y prejuicios se lo permiten. Entre otras cosas buenas, esto favorece que los bebés autorregulen qué y cuánto comer, algo que les servirá para ser más conscientes de sus propias necesidades alimenticias toda la vida. Lo que más me gusta de este enfoque (y que he podido ver en mi hija) es que deja que el bebé despliegue su curiosidad, que use todos sus sentidos, y que disfrute de verdad comiendo.
Creo que ni a los bebés, ni a las niñas y niños, ni mucho menos a los mayores, nos gusta que nos den papilla. Porque todas y todos necesitamos libertad para mantener viva nuestra curiosidad. Necesitamos libertad para sentir que somos responsables de nuestras propias decisiones. Para sentir que podemos hacer las cosas a nuestro ritmo. Cuando alimentamos (y enseñamos) a los niños por obligación, pisoteando su curiosidad y su iniciativa, no les enseñamos a comer (ni a aprender) sino a obedecer. Y cuanto más les obliguemos, más caeremos en la trampa de que los niños sólo comen (y aprenden) si les "motivamos" los adultos, si les premiamos por hacerlo, cuando en realidad esa es la mejor forma de convertir el placer de comer (y de aprender) en desidia1 .
Los niños se relacionan con el mundo a través de la imaginación, del juego. Pero no pueden imaginar y jugar si no le dejamos espacio a su mente para volar, si la mantenemos constantemente amarrada con instrucciones, clases, deberes, actividades extraescolares, televisión, ordenadores, y el murmullo constante de las voces adultas. En esta cultura nuestra del miedo y la competitividad enseñamos a las niñas, a los niños, a vivir las vidas que los adultos programamos para ellos. Esperamos que sean responsables cuando sólo les enseñamos a obedecer, queremos que aprendan cuando sólo les permitimos memorizar, exigimos que nos respeten cuando los tratamos como si fueran incompetentes para decidir por sí mismos. Para ser libres, nuestras hijas e hijos tienen que poder actuar siguiendo su iniciativa, no tener miedo a comparaciones, juicios ni castigos, saber que confiamos en su criterio y aceptamos sus errores como una forma más de aprender.
Nuestra cultura de educación directiva ha desembocado en bulimia: memorizar, memorizar, memorizar, para vomitarlo todo en el examen, y volver a empezar2. Hacemos que los niños y niñas estudien compulsivamente, sin placer, por miedo y sumidos en la soledad3. Les enseñamos que el aprendizaje sólo sirve para sacar notas y aprobar el curso. No para vivir, porque la vida es otra cosa que sucede fuera de clase.
Las niñas y niños pueden aprender (y comer) solos –sin asignaturas-papilla ni profesores-cuchara–, si cuentan con nuestra confianza y apoyo, y si nuestros miedos y prejuicios se lo permiten. Únicamente tenemos que abrir las compuertas y dejar que la vida (la vida real, no la que sale en los libros de texto y mucho menos la que vemos en la tele) entre a raudales. Y ¿dónde encontrar más vida que fuera del aula... en plena naturaleza?
1Cuando ofrecemos una recompensa a alguien por hacer algo que requiere creatividad, el resultado es que acabamos reduciendo su capacidad para ser creativo, como cuenta Peter Gray en su libro Free to Learn.
2María Acaso (2013), Reduvolution. Hacer la revolución en la educación.
3En Gran Bretaña, un estudio halló que entre 1986 y 2006 el número de adolescentes que decían no tener una mejor amiga/amigo en quien confiar había aumentado de menos de uno de cada ocho a casi uno de cada cinco (Carl Honoré, Bajo presión).